Procesamiento anímico
Los enfoques actuales de la organización, particularmente los socio-lingüísticos, conceden a los estados anímicos (propios de la naturaleza humana) un lugar significativo, en función de su desempeño en las posibilidades de aprendizaje mutuo. Ello, contrariamente a lo que el paradigma de organización burocrática postulaba respecto al valor de la racionalidad aduciendo que dejaba fuera sentimientos y emociones.
Por lo tanto, cuando se habla de nuestra vida emocional, frecuentemente aludida como emocionalidad, se establece una distinción entre dos clases de fenómenos: las emociones y los estados de ánimo. La diferencia parece sutil pero resulta necesaria.
Las emociones aparecen cuando vivenciamos un quiebre, una irrupción en el fluir natural de la vida, un cambio en nuestro espacio de posibilidades (Echeverría, 1997). Este cambio puede ser valorado como negativo, en el caso de que algo que esperábamos o creíamos posible ya no lo es, entonces aparecen emociones como: enojo, frustración, tristeza, decepción, vergüenza. Pero el cambio también puede ser valorado positivamente, cuando lo que antes considerábamos improbable o imposible ocurre repentinamente, y en consecuencia podemos sentir entusiasmo, alegría, satisfacción, tranquilidad.
Las emociones no son positivas o negativas en sí mismas. Más bien, las emociones hablan del estado de nuestros deseos y expectativas en relación con la realidad que percibimos. Son nuestras acciones desde una emoción las que pueden significarse como constructivas o destructivas. En este sentido, no todos hacemos lo mismo con el enojo o la tristeza que sentimos. Incluso en distintos momentos de la vida, cada uno de nosotros puede variar o aprender a regular sus emociones y con ello, sus acciones consecuentes.
En definitiva, la emoción es una distinción que hacemos en el lenguaje para referirnos a un cambio en nuestro espacio de posibilidades a raíz de determinados hechos o sucesos. Así, podemos identificar acontecimientos que “gatillan” emociones: si estos acontecimientos desaparecen o cambia el significado que le damos, es probable que las emociones ligadas a ellos también desaparezcan porque son específicas, reactivas y ligadas a representaciones personales, vinculares o grupales.
Si bien es cierto que el miedo, la vergüenza, el enojo o la frustración conllevan a actuar de cierta manera ante los acontecimientos; las emociones no se dan solas. Siempre van acompañadas de un relato, un discurso interior que condiciona nuestra visión del mundo y con ello nuestras acciones.
Emocionalidad y lenguaje se relacionan íntimamente en la concepción de estados de ánimo. Los estados de ánimo se originan en una combinación de las emociones y los pensamientos que van armando le discurso internos que las acompaña. Participan en la construcción de historias y sentidos, y estructuran nuestra percepción de la realidad, de los acontecimientos, incluso de las posibilidades futuras. Los estados de ánimo son inherentes a la existencia humana y poseen un carácter social, en el sentido de que no son privativos del individuo sino que también los grupos sociales ven condicionadas sus posibilidades de conversar, escuchar o actuar según el estado de ánimo en el que se encuentren.